Canales,
Tirso. Milagro de la Paz: novela de la realidad salvadoreña de posguerra.
Diario Latino. Suplemento Cultural 3000. (San Salvador, El Salvador), 24 de
junio de 1995
Es la quinta
de Manlio Argueta, y en ella el autor revela un alto grado de desarrollo
estilístico de su narrativa.
Tributa
merecido homenaje a la mujer trabajadora que se debate en medio de una
situación trágico-optimista.
La primera
cuestión que debo destacar como importante en la novela Milagro de la Paz, de
Manlio Argueta, es el protagonismo trágico-optimista de tres mujeres: Latina,
Magdalena y Crista. Ellas son laboriosas y emprendedoras para no dejarse
amilanar ni vencer por las duras situaciones que les antepone la vida, la
discriminación social, el fetichismo y el peso casi aplastante de las creencias
y tradiciones culturales oscurantistas. Latina, Magdalena y Crista influyen en
nuestro ánimo con su universo espiritual de inseguridad, miedo, desasosiego y
lo inexplicable, “al pensar si los perros aúllan de miedo a la noche, a los
hombres que trotan o a los seres desconocidos que en los últimos días han ido a
tirar cadáveres en la calle de Las Angustias”.
De manera
imperceptible, el ambiente taciturno se nos figura gris y deviene apoderándose
de nuestros sentimientos de lástima, conmiseración hipócrita-católica para con
que el prójimo… ¿O es el corazón del salvadoreño sentimental el que funciona?
Yo diría que es sólo un aspecto de esto último. Los sentimientos que
experimentamos surgen de la solidaridad más que social, humana, entre personas
que sufren de soledad y desesperación por ellas mismas y por sus seres
queridos. Múltiple sufrimiento. No hablo del clima de fatalidad en que están
formados los personajes protagónicos, ya que estos son apenas criaturas ungidas
de vida por el autor, para que digan lo que tienen que decir inmersas en sus
circunstancias particulares; particulares sí, pero no exclusivas. Los
personajes son símbolos, entes, vehículos estéticos, formas del ser artístico.
Pienso que el
estado de ánimo protagónico creado desde el principio en Milagro de la Paz
homologa una situación de expectativa salvadoreña en el período de la
posguerra. Hay ciertos períodos en la vida de las sociedades en que el ánimo
parece concentrarse y generalizarse en ciertos asuntos. Es lógico que para que
suceda ese fenómeno “sicológico-social” debe existir interés “de todos” aunque
por distintas razones e interpretaciones. Milagro de la Paz ha sido creada recientemente.
El autor
empezó a escribirla luego de que la mayoría del pueblo, partícipe directo en el
conflicto vivido en El Salvador, comenzó a sentir el gran vacío dejado en sus
expectativas por los resultados de la guerra. Los salvadoreños pobres, o sea el
90% esperaban más de un conflicto que penetró tanto en el espíritu por lo
doloroso, cruel y traumatizante. No fue para menos. La guerra civil, como
sabemos, devino en la manifestación armada de un conflicto largamente
acumulado. En el transcurso de varias décadas, no pocas generaciones hubieran
querido pelearla y echar sus suertes en la historia de una vez por todas:
espíritu salvadoreño, si no exclusivo, típico por su radicalismo, “hoy ya me
desgracié y voy a terminar de desgraciarme”.
Pero ocurrió
que el pueblo que peleó la guerra esperaba otros resultados.
Esperaba más
que una paz bastante formal. Mas que una guerra sorda, sin explosiones, pero
aún latente. Cifraba esperanzas mayores. Por ello se involucró en la guerra y
lo hizo de todo corazón.
Después de
muchos anhelos reprimidos, de tantísimos sueños truncados, de tantas vidas
sacrificadas, encontrarse con una realidad que muchos estiman prácticamente la
misma, con sólo algunos matices insustanciales que no satisfacen porque lo
esperado era mucho más. ¿Pero qué era?. Sencillamente, mucho más: la medida de
su satisfacción, ese es ahora el conflicto espiritual. Una gran parte de la
nación no siente que tiene lo que se fue formando en sus expectativas y sigue
haciéndole falta, ¿justicia? La acepción de ese concepto es amplia, igualmente
las formas en que se concreta; peor aún, si la “paz” cobra con creces su
“disfrute” mediante el encarecimiento y enflaquecimiento de la canasta básica.
Los estados
de ánimo de las sociedades son trasuntados por el arte, y tanto lo poesía como
la narrativa tienen la virtud inmediata de aprehenderlos dotados con la nuevas
formas apreciativas de la vida. Magdalena, la hija mayor de Latina, fue
asesinada no por fantasmas, sino por hombres de carne, hueso y nefastas ideas,
con nombres y apellidos conocidos en los expedientes gubernamentales y grupos
de poder; sin embargo, nada se hizo ni se hace para satisfacer lo que el pueblo
esperaba y aún espera. Ese es el asunto tipificado por la realidad y captado
por el autor para ser contado en forma de novela. Un asunto, una situación,
entre millares. Seguramente otros autores podrían estar escogiendo los casos y
sucesos que narrarán. ¿Quién de nosotros no ha escuchado, como interlocutor
tácito o expreso, estas innegables realidades? “Nosotros habíamos oído de los
seres desconocidos, pero pensamos que nunca vendrían acá, mucho menos a matar a
una mujer embarazada. Al principio creíamos que era obra de los coyotes, pero
descubrimos las heridas en el cuello”. Eso responde a los hechos sufridos por
personas, por seres sensibles, inteligentes, que conocen origen y esencia de
tragedias que les duelen como familiares, y que la paz abstracta ignora por
distintos intereses y motivos.
Los
significados reales de “la paz” se establecen claramente en cada salvadoreño de
acuerdo al dolor infligido por la guerra o por lo que la favoreció. No es lo
mismo una paz cualquiera, o, si se quiere, “esa paz” y la que se esperaba con
justicia. “La paz sea con vosotros” tampoco es equivalente a “la paz es entre
vosotros”. Conocidos los hechos, Milagro de la Paz señala sin tapujos pero con
el arte de las formas intelectivas de la ironía, al régimen responsable de la
guerra y de tantas muertes, y que poco ha faltado para que condecoren a quienes
las cometieron. La amnistía y la burla han sido sangrientas carcajadas de bocas
enwhiskadas. El narrador: “El forense dictaminó que se trataba de balas.
Tiradores certeros que pegan en el cuello a la distancia de un metro. Su marca
registrada de la muerte, pues desde antes del disparo ya no hay posibilidad de
vida”.
¿Qué historia
es esta? La víctima propiciatoria de siempre se auto-interroga atribulada: ¿Por
qué nosotras, que nunca hemos dañado a nadie?”. Esa es la pregunta
cuestionadora que la hija menor hace a su madre, mientras esta le prepara la
cesta con ropa para la venta con que deberá proseguir el trabajo que efectuaba
Magdalena cuando fuera asesinada.
Es conmovedor
para cualquier salvadoreño de posguerra, con inteligencia atenta para analizar,
medir y asimilar la realidad de su país, escuchar la imprecación de la madre
partida por el dolor ante el asesinato de su hija, a manos de “individuos
fuertemente armados”, y que repitieron escenas de terror durante la guerra “de
baja intensidad”, diariamente: “De ahora en adelante me dará vergüenza vivir”.
Así sentencia Latina, mientras en una carreta baja del volcán con el cadáver de
su hija Magdalena.
Con manos,
que son todas corazón, acaricia el vientre muerto de su primogénita, que lleva
en su seno igualmente muerto al nieto esperado. El, juntamente con quien sería
abuela y con quien es ya madre muerta, ha sido la víctima del régimen que tiene
por “sacrosanto el derecho a la vida de seres inocentes creados por Dios”.
Latina, sin saber nada de la política mentirosa y de la moral hipócrita del
gobierno de su país, El Salvador, con sus “manos de madre tan acariciadoras”,
acaricia el vientre abultado de su hija. Siente a la distancia los perdidos
pálpitos del pequeño corazón de quién habría sido su nieto y en ese contacto
entre la muerte y la vida palpa su gran tragedia: “ ¿Por qué Dios es bueno con
unos y malo con otros?”.
El autor de
la novela demuestra esta vez, de mejor forma, que sabe captar aspectos
sustantivos del pensar y sentir popular. Cuando habla de los “tiradores que
exhiben su certera puntería para matar gente dormida y aciertan en el cuello a
la distancia de un metro”. Aspecto este ampliamente manejado por la conciencia
por el pueblo. ¿Quién no ha oído en El Salvador referirse a los “grandes
guerreros”, minuciosamente preparados en la Escuela Militar y posgraduados en
esas técnicas en Fort Braggs y Fort Bennigs? Armados hasta los dientes, necesitaron
ir a matar a la población civil mientras dormía.
Sí, para
quien está educado para matar, matar es su necesidad de oficio, su ocupación
habitual, por ello es que intuitivamente la sociedad civil razona: “el que ha
sido educado para matar no esta apto para sembrar frijoles, curar o sacar
muelas”; a menos, digo yo, sin una re-educación radical que procure desalojar
de la conciencia criminal la conducta que le enseñaron a practicar.
El pueblo se
burla. No pierde oportunidad para lanzar sus dardos vengativos contra los
responsables de millares de crímenes. De ese modo castiga a los verdugos. Así
lo hará durante muchísimos años. De ello estoy seguro.
No es
necesario ser profeta, en este caso, al menos, si se estudia el carácter del
salvadoreño esencial. Este aspecto nunca será materia de reconciliación en El
Salvador. El resentimiento y el sentimiento histórico-social se transmiten de
generación en generación y son mucho más persistentes que todas las prédicas
publicitarias de las clases gobernantes. ¿Qué Latina podría olvidar a su
Magdalena mientras viva? ¿Qué hermano, qué hijo, qué nieto, qué patriota sería
capaz de deponer el dolor sentido en sus entrañas y más allá de ellas, por la
muerte de sus seres queridos? Como en Milagro de la Paz, el resentimiento y el
sentimiento son heridas protagónicas de nuestra historia.
A través del
espíritu adolorido, digno, estoico y optimista, la lucha continúa: la vida
sigue su curso en el espíritu de Latina, Crista y la niña Lluvia, preparada ya
por la naturaleza para ser mujer. Tres generaciones de mujeres portadoras de
este nódulo que encarna lo peculiar para la narración, ampliamente tipificado
entre las clases populares de El Salvador.
Manlio
Argueta tributa merecidísimo homenaje a la mujer trabajadora. Ya antes lo ha
hecho en su segunda novela, Caperucita en la Zona Roja, con su bello decir
poético, Mamá. Personalmente me alegro
mucho de ello, pues conozco los sentimientos de Manlio. ¡Vaya si los conozco,
en cuarenta años de amistad y camaradería! Los personajes de las novelas de
Manlio no son “heroicos” ni hazañosos.
Son el caso
de Milagro de la Paz, seres anónimos, ignorados, encarnaciones de mujeres
trabajadoras, sin fisonomía de “mujeres lindas” de cosmética brillante de
televisión a colores; son seres con quienes nos juntamos en las páginas de la
novela por obra y gracia de la sensibilidad del autor y las bondades de su arte
narrativo; son seres que pisan las mismas piedras de nuestro país; son la
mayoría de la nación. Esas mujeres transmiten unas formas de solidaridad, unos
modos de amor y de amar, de seres humanos y tienen su concepto de la cultura en
que viven, su inteligencia ha penetrado y enraizado en el medio que las rodea. Lo hacen con y desde el
marasmo de supersticiones, creencias religiosas y otras maneras de oscurantismo
en que es atraso histórico-social las ha estancado por siglos. Sin embargo,
tienen sus formas de conocer e interpretar el mundo, como tenemos todos los
individuos que pasajeramente habitamos en este planeta. Y no se crea que las mujeres
de Milagro de la Paz están fuera de tiempo con su pensamiento y concepciones.
No. Ellas están en el tiempo que viven en su país. Ser como son no es
responsabilidad de ellas. ¿Acaso no repiten patrones de conducta del mundo
cristiano, en que grandes intereses decisorios del modo de vivir de la gente
fundamentan la omnipresente cultura occidental?
¿Conoce
alguien que haya nacido en esta tierra y permanecido muriendo su vida aquí,
otra cultura y otros tipos de cultura? La trágico-optimista depresión espiritual
salvadoreña es consustancial e histórica. La incertidumbre, la inseguridad
económica y social, la amenaza política, el miedo, el terror, la pobreza, el
analfabetismo, el bayunquismo, el atraso general, en fin, son producto “hechos
en casa” en el “país de la sonrisa”. Son elaboraciones histórico-sociales con
“sabor a patria”, y otras pamplinas que seguramente puede agregar “la mente
venérica de la publicidad”, según lo dijera el poeta Rafael Góchez Sosa. Si
usted lo desea puede también decir que son constitucionales y no dirá nada
fuera de realidad.
Decía que me
alegra mucho que sean mujeres quienes comanden el asunto principal, la trama y
el decurso de Milagro de la Paz. En la novelística latinoamericana
contemporánea –que yo sepa- este aspecto es raro. En el pasado lo fue menos:
Amalia Batista, María, Amalia, Juana Usurdy (Santa Juana de América) y
seguramente hay otras. En lo referente a la escasísima narrativa salvadoreña,
de plano no existe este aspecto. Nuestros autores han sido muy “machos”. Este
Milagro de la Paz, que burla burlando le ha puesto tremenda trampa entre líneas
al concepto homologado con otro “Milagro de la Paz”, podría engendrar uno muy
necesario, como sería que los lectores empezaran a ver quién rodea con mayor
frecuencia sus alrededores. Verían a muchos seres que apenas tienen un nombre
sin apellidos, como los personajes de Milagro de la Paz.
II
Magdalena
omnipresente
Aunque
parezca que Latina –madre de Magdalena y Crista- por ser la madre soltera y
cabeza de familia determina el desarrollo de Milagro de la Paz, no es así. El
aparente “matriarcado”, en el que la mujer mayor gobierna la familia y es el
centro económico-social en la obra, es sólo otro producto “hecho en El
Salvador” por el machismo y la deformación socio-cultural: la madre soltera,
cabeza de familia, trabaja para procurarle subsistencia a la prole que es hija
“de espíritu santo”. En el país no se conoce la fórmula para que los hijos
nazcan de engendros “milagrosos” de la nada ni siquiera del aire. Magdalena y Crista,
en Milagro de la Paz, no tienen padre ni deben tenerlo necesariamente en la
obra, pero fueron engendradas por hombre.
El espíritu
de la obra que Manlio relata es Magdalena. Ella es presencia viva, laboral y
activa en la primera parte de la obra y aun después de muerta. Es ella quien
sale al campo a vender la ropa confeccionada por la madre. Los pensamientos de
quienes quedan en casa se mueven en torno a sus viajes. Es su ausencia,
Magdalena tiene los hilos de la incertidumbre, la preocupación y el temor por
todas las cosas peligrosas que ocurren.
Es presencia
y ausencia; hace mutis de la escena concreta, pero continúa siendo el hilo
conductor del guión visualizado, escuchado y narrado, con música sorda de fondo
que mezcla todos los tiempos de los personajes alrededor de….
En el caso
específico de las gentes animadas por el autor, está presente una de las
relaciones “inventadas” por la sociedad salvadoreña: no es rural ni urbana. Son
seres que, como las aves migratorias, pasan la noche de sus vidas en cualquier
sitio. En cualquier lugar donde exista un espacio hacen cobijo y allí se forma
y se deforma la familia. Sus componentes ni siquiera saben que la sociedad
tenga una estructura con las que clasifica a los grupos de individuos. En
definitiva, de lo que se trata es de sobrevivir y nuestros personajes
viven-mueren, o viceversa, en cualquier sitio donde haya un solar para urdir
una zona marginal”. Allí surgirá un “barrio” y con el tiempo quizá una
población y será denominada con la primera ocurrencia de alguien. Cárcel podría
ser su nombre con toda propiedad. La casa de Latina y su familia es eso. Algo
harán allí los recién llegados; algo improvisaran para ganarse la vida. Veamos
la “sociología” de Milagro de la Paz: Magdalena. “La hija mayor sale a la calle
todas las mañanas a vender ropa a los campesinos. Ropa que confecciona su madre
y que poco a poco ha ido aprendiendo ella también a confeccionar.
La madre cose
y la hija menor ayuda a los oficios de casa. Así comparten las obligaciones.
Hay soledad en Milagro de Paz, nada más las campanas del reloj público, sonando
cada hora”. De ese modo, simple y complicado, es la estructura socio-económica
que organiza el autor. Por supuesto que para vivificar su narración debe
tipificar los puntos de relación, de lo contrario no crearía arte con su
narrativa realista.
El sitio
donde transcurre la narración que revelan los seres de Milagro de Paz, unas
veces es la casa improvisada donde se cohesiona la vida familiar y económica y
donde también está el espacio de los sueños, las nostalgias y el dolor. Otras
veces es el pozo donde Juan Bautista (hijo de Crista) ve las estrellas tratando
de conocer a su “madre”, Magdalena. No obstante algunas “evidencias” que a
propósito deja sueltas el autor, el lector piensa como también “piensa” la familia
que Magdalena es madre de Juan Bautista. Sin embargo, el niño es resultado de
la fiebre de pubertad que juntamente con la soledad y el deseo de que hubiera
un hombre en casa, donde sólo había mujeres, invadió a Crista. Ella pidió y
exigió al Chele Pintura que fecundara su vientre.
Sitio
novelístico hay igualmente debajo de las cobijas donde las mujeres y los niños
sueñan, piensan y desean sin importarles que hora de la noche sea. El insomnio
es por igual sueño, enfermedad, fantasía y realidad en los seres novelados. Por
el ojo de la llave atisbamos una realidad trágica, pero en la vida real hay
millares de esas tragedias a nuestro alrededor que a propósito no queremos ver.
Sitio de
novela es también el propio pensamiento de los personajes, sobre todo cuando
ocurren cambios en la conducta de Magdalena debido a los soldados de Casamata
y/o los coyotes y/o los seres misteriosos. La calle de Las Angustias fue la
Puerta del Diablo, El Playón, las carreteras, los barrancos, El Salvador todo:
cárcel y tumba.
Los
personajes universo-novelísticos elucubran, conjeturan, cuestionan buscando
respuestas que quisieran escuchar acerca de tantos asuntos que deben conocerse
mientras se vive: “madre, ¿por qué los hombres son valientes y nosotras no?”.
Contesta. “Ellos se han inventado que son valientes, pero a la hora de la
verdad son más cobardes que nosotras”. Juicio y sentencia muy bien dichos sobre
el machismo, que es lo más común y lo más vulgar de la “cultura” salvadoreña:
¿miedo y complejo de inferioridad?
Sitio de novela
son también las mariposas en el pelo de Lluvia y en el vientre de Crista,
porque donde estén seguirán teniendo la autonomía de vuelo de la imaginación y
la belleza poética que tienen en Milagro de Paz; seguirán siendo levadura que
dará cuerpo, volumen y alas al pensamiento.
El
desprestigio del “machismo salvadoreño”, si es que alguna vez tuvo prestigio,
queda peor parado. La leyenda de que los hombres son malos cuando están frente
a las mujeres, “aunque nunca hallas sufrido una maldad de ellos”, no es negra,
es real. Nos guste o nos moleste: estamos desprestigiados como “machistas”. No
lo dudemos. Nicolás embarazó a Magdalena y desapareció; cuando regresó fue para
suicidarse. Dicen que Judas igualmente se ahorcó de “arrepentimiento”. El Chele
Pintura parece al principio de; la novela que encarnaría al personaje
salvadoreño, picaresco, aventurero, vagabundo en el sentido de ser “listo”
cargador de barcos, pensador y aficionado a libros, “con mucho mundo”, tampoco
es lúcido. Que hay cambios en las apreciaciones de las mujeres de esta
ultraconservadora-sociedad- inculta los hay: El Chele reaccionó y se dio cuenta
de que estaba encegueciendo. Crista, como buena “machita”, tomó la iniciativa,
¡pero de qué forma!: “Chele, esta será la única vez y vos no serás el padre de
nadie, ni voy a necesitar tu compañía, sólo vas a regalarme tu sangre, un
hijo”. Elocuente fue Crista. Manlio Argueta, con propósitos o sin ellos, lanzó
sus mejores hachas contra la sociedad salvadoreña prejuiciosa, supersticiosa,
camandulera, curera, hipócrita, fetichista, fuera de tiempo, etc. Asismismo,
llama la atención sobre las “genéricas” que, revelándose contra los estragos
que históricamente ha causado el machismo, caen de manera metafísica en el otro
extremo: en la mujer sin el hombre y bien sabemos que no se trata de eso, sino
de humanizarse: los humanos y las humanas. El sitio en el discurso sigue siendo
el original: de ambos. La tergiversación ha sido la culpa principal de los
hombres, jefes de los recursos económicos.
Milagro de la
Paz es una novela muy rica en planos de apreciación. Está moderadamente
estructurada y es narrada con novísimas formas. Vale la pena leerla y, si se
lee bien, al grado de asimilarla, mejor. Si nos deja opinión, mejor aún.
Lluvia: la
poesía y la esperanza.
Lluvia es una
niña encarnación de la aventura y la esperanza. No es otra cosa que la vida del
salvadoreño pobre.
Ella bajó del
volcán Chaparrastique a Milagro de la Paz. Llegó a buscar a su madrina que le
habían dicho que tenía y no conocía.
Llegó a
aquella casa donde jugaría el papel de espíritu nuevo, de rediviva Magdalena,
por obra y gracia del arte casual-creación. La niña se constituye en el vínculo
vitalizador de la obra y llega a ella para quedarse, aún después de haber
jugado su rol. Ella es la poesía de Milagro de la Paz y es símbolo de ese algo
poético sin el cual el espíritu humano no puede vivir, aunque se viva como
mujer y hombre ordinarios. Cuando terminamos de leer un libro, de ver una
película o un cuadro pictórico o escuchar un concierto olvidamos estructuras,
dimensiones y todo, pero aun después del olvido queda algo: la poesía, el grano
de belleza que germinará y nos hará un poco más humanos y alguito más cultos,
si se quiere.
Con razón
Manlio dice: “Lluvia no va a regresar al volcán porque no tiene a nadie allí”.
Como estrella del azar, la Niña ayudó a iluminar un poco los espíritus
acongojados de los personajes de Milagro de la Paz, a nosotros también nos
proyectó su luz de humilde luciérnaga, que llegó perdida del volcán en busca de
un destino que únicamente un poeta pudo brindarle.
San Salvador,
abril de 1995.
No hay comentarios:
Publicar un comentario